sábado, 20 de noviembre de 2021

LA DAMA DE BLANCO (WILKIE COLLINS REVISITED)

 

Todos los días, de lunes a viernes, hago uso de un autobús, dos veces cada día, para hacer el mismo recorrido: de casa al trabajo y del trabajo a casa. Algo que no tiene nada de particular, miles y miles de personas, en todas las partes del mundo, hacen exactamente eso mismo. 

Por ejemplo, Pablo. Un señor medio calvo, con barba, de unos cuarenta y tantos años de edad, con el que coincido bastantes veces en la parada. A partir de cierto momento él y yo comenzamos a saludarnos. Luego, con el paso del tiempo, tal vez por darse la coincidencia de que a los dos nos gusta mucho la ópera, cabría decirse que ha surgido entre nosotros una especie de familiaridad. A la hora de protestar por todo aquello que nos fastidia, en lo básico. 

Se suben igual, al "cuarenta y tres", otras personas que asimismo no me resultan desconocidas. Quieren sonarme de vista. Del edificio donde trabajo. Si bien mi trato con ellas nunca ha ido más allá de esbozar una tímida sonrisa de compromiso al encontrármelos, por casualidad, en el hall o en los ascensores. 

Además, este invierno... de tanto frío, aparece con alguna frecuencia por el autobús una mujer alta, enfundada en un anorak blanco, muy largo, que acostumbra a ir con la capucha alzada cubriéndola el cabello. Una mujer, calculo, de más o menos mi misma edad, a la que no le importa enfrentar sus ojos… a los míos… cada vez que yo me decido a desviarlos para mirarla. Me apeo del autobús antes que ella y algunas veces en las que me ha dado por voltear el rostro, justo antes de que se abrieran las puertas, he podido comprobar como ella permanecía observándome. 

Aun hubieron de transcurrir varios días para que le hablara a Pablo de la misteriosa viajera. En el fondo, estaba deseándolo. Y, por tanto, cuando él me dijo no haber llegado a reparar en su existencia, el chasco que yo me llevé fue mayúsculo . 

-“¿Vestida de blanco…? La primera noticia que tengo, en serio. Aunque no me hagas mucho caso porque suelo ser bastante despistado”. 

-“Es bastante guapa” quise dejar constancia. 

-“Ya. Lo siento mucho. Pero ahora mismo no caigo”. 

A qué negarlo, conforme pasaban los días, la presencia en el autobús de la mujer de blanco me intrigaba cada vez un poco más. Después de darle al asunto algunas vueltas en la cabeza, seguro que más de las razonables, calculé, probablemente porque así me interesase hacerlo, que sus facciones, y fundamentalmente aquella manera de mirar tan…  no sé, tan… intensa, me resultaban remotamente familiares. 

Hasta que una noche en la que no podía dormirme por culpa de cierto asunto que a mí me traía de cabeza, relativo a la ejecución fallida de una hipoteca, extraviándome, una vez más, entre todo el batiburrillo de recuerdos desparramados por mi memoria, creí descifrar, por fin, el origen de la misteriosa dama. Consideré que los rasgos de su rostro bien podrían corresponderle a una compañera de estudios de la que no sabía nada desde hacía siglos. Al parecer, según algunos rumores que aquellos lejanos días llegaron hasta mis oídos, y yo nunca terminé de creerme del todo, la chica había estado enamorada de mí. Elena Guijarro. 

Entré en Internet y pude localizar a Elena Guijarro a la primera. Había muerto hacía tres años. Como podrá suponerse, aquel detalle me causó una fuerte impresión. Cuesta trabajo asimilar que alguien al que has conocido cuando los dos eráis jóvenes, y jamás has vuelto a ver desde entonces, no se encuentre ya entre nosotros. Imaginas a esa persona exactamente con el mismo aspecto que tenía en el pasado y no resulta nada fácil admitir que pueda haber perdido ya la vida. Que, en tu mundo, el de verdad, el único contacto que vayas a poder entablar con ella, se limite, ya, a los recuerdos.

En una de las fotografías de Google, sacada de su página de Facebook, Elena llevaba puesto un anorak blanco, bastante aparatoso, que prácticamente le llegaba hasta los pies. 

Rodeada de nieve, iluminado su rostro por el sol, a mí me pareció que su mirada era capaz de traspasar el espacio y el tiempo hasta quedarse clavada, como si la formara un par de agujas, en mis pupilas. Algo atroz e instantáneo. Deseé calificar aquella sensación de dramática, buscando atribuirle una influencia real sobre mi conciencia, aunque fuere a ser a toro pasado, al odioso dato de su fallecimiento prematuro. Lleno de perplejidad, incapaz de dar con una respuesta convincente a todo aquel enigma, entrecerré mis párpados. Sabía, estaba plenamente seguro, que iba a volver a encontrármela en el autobús. Pero también sabía que yo iba a ser el único pasajero capaz de verla. 


2 comentarios:

  1. Ese mismo año, un mes antes, leí 'La dama de blanco'. Me gustó tanto que desde entonces he ido leyendo, poco a poco, otras obras de Wilkie Collins.

    Un saludo,

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias. No es nada frecuente, a día de hoy, decidirse a comentar en los blogs. Me remito a lo dicho en Twitter. La intríngulis de abordar la lectura de "La Dama de Blanco" como un precedente de Twin Peaks, escrito más de cien años antes.

      Eliminar

HÉRCULES POIROT y SARAH CRACKNELL

  -"Estábamos allí reunidos, Hastings, sólo seis personas: Lady Mature, Damian Sinclaire, la bella Sarah Cracknell, Etienne de Châteaum...