Habito en un rincón del que pasan de largo los más vivos deseos, las proclamas más justas, las modelos más bellas, las obras magistrales de la literatura. Los amores fatales, los instantes cruciales, las verdades eternas. Los dogmas y las tesis de las ideologías.
Habito en ese sitio: oscuro, abandonado, lleno de telarañas y pieles
de naranja, donde buscan refugio, tras verse rechazadas, las prédicas del
santo, las bravatas del niño, la locura del loco. Donde terminan, juntos, con
el paso del tiempo: las gestas más audaces, los salmos, las sentencias. Los
ritos, las banderas. Los héroes populares de las revoluciones.
Mi patria, muy pequeña, ayuna de fronteras, se llama escepticismo.