Yo, que intento comprender al tiempo y a otros ámbitos ultra dimensionales que en modo alguno van a poder ser nunca inteligibles.
Yo, que al escribir persigo la quimera de atestiguar con mis nociones el logos de lo mágico.
Combatiente de tópicos, de axiomas, de obviedades, de lugares manidos, de rumores... y ajeno a la verdad de los best-sellers y las listas de discos más vendidos, como estilo de vida.
Yo, divulgador sereno de la ciencia en el verso, y en el decir si es oportuno. Amante fiel de la exactitud, de lo probable. Excéntrico en mi patria, ciudadano del mundo...
Moderno, sibarita, raro... pero discreto y con la apariencia de cualquiera.
Yo, un descarado ególatra, un artista, todavía soy capaz de derrumbarme, resquebrajarme, llorar, cuando una mujer cualquiera -medianamente inteligente, dudosamente guapa- que me gusta, desdeña mi cortejo.
¿Para qué tanta fe? me digo. ¿Tan contumaz persecución de la verdad y el cénit? ¿No cambiaría todo lo que conozco por besar esos vulgares labios que me niegan? ¿No habrán sido precisamente estos “no quiero” los que me han hecho magnificar “lo trascendente”?
¿No será en realidad el verdadero arte un carnaval de cuerpos y sonrisas y aún los más gratos versos tan sólo sucedáneos resentidos?
¿No asilarán los hondos del poeta a un hombre sin encanto, un cursi, un tenorio frustrado?
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