"El día de mi doble cita: el viernes, lloviznaba en Sevilla. Había llegado el otoño, con toda su gama de pardos y ocres, para oscurecer los árboles. Y, con toda su gama de grises… malvas y sienas, para entristecer los cielos. A mí, el otoño no había comenzado a gustarme hasta hacía bien poco. Había necesitado sentirme, yo mismo, comedidamente otoñal para poder llegar a identificarme con el sosiego y la calma propios de la estación. El otoño era el colofón del verano y la antesala del invierno. Un lugar incómodo del calendario que había que saber ocupar con dignidad, y no poca mesura, y que convenía guiar a feliz término provisto de cierto sibaritismo, de un sutil decadentismo. Era el otoño, tal vez hasta por la influencia de la literatura, y porque en París, que es precioso, casi siempre es otoño, un tiempo para los artesanos y los poetas, para los vagabundos y los tímidos. Un bálsamo para las neurasténicas. En lo que a mí respecta, un tipo por lo natural jovial y optimista, alguien cuyas mejores amigas eran la música y la melancolía, iba sabiendo apreciar cada vez más, conforme el tiempo pasaba por mi lado arrastrándome desde los barrancos del jolgorio hacia la dehesa de la ternura, las notas llenas de sapiencia que recitaban los cuarteados bandoneones del otoño..."
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Todos los días, de lunes a viernes, hago uso de un autobús, dos veces cada día, para hacer el mismo recorrido: de casa al trabajo y del tr...
Verano sí. Más que nada por las vacaciones.
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