sábado, 2 de octubre de 2021

JULIAN SE ENCUENTRA CON HARUKI


Aunque la novela me gusta, me cuesta concentrarme en lo que leo. Acaban de practicarme la biopsia y, ahora mismo, no sé con exactitud a quién dirigirme o qué hacer. ¿Cabría asimilar dicha situación a la que se percibe cuando nos quedamos mirando, desde el andén, a un tren que se aleja? 

Pienso en la mala suerte. Presupongo que, la traidora, tiene que disfrutar de un humor magnífico ya que no les hace ni caso a toda esa cuadrilla de insatisfechos que se pasa la vida despotricando de ella. No se siente culpable de resultar antipática, de sembrar la frustración, de no ser ecuánime. Al revés, siempre sonríe cuando se planta frente a los espejos, orgullosa de no tener motivo alguno para el arrepentimiento. Está casi convencida de no equivocarse jamás. 

La mala suerte elude, por una cuestión de estética, el amarillo, el rojo, el azul o el resto de los colores que necesitan la ayuda de la luz para potenciar su apariencia. Prefiere el negro. Ir de negro le permite pasar desapercibida en medio de la noche y ser un ejemplo de sobriedad durante el resto del día: el empaque, la elegancia. 

Recién acabo de prender un cigarro cuando una mujer de mediana edad acude hasta mí, a pedirme fuego. Es morena y va toda vestida de negro, pero no es gótica ni siniestra ni nada que se le parezca. Lleva puestas unas gafas de sol y no ve. No ve nada. Porque es ciega. Luce un traje de chaqueta de corte recto, medias lisas sin dibujo, con una única costura que recorre longitudinalmente el dorso de sus piernas, y zapatos de tacón de aguja rematados en punta. Al acercar la llama del encendedor al extremo de su cigarrillo, alcanzo a distinguir, dada la amplitud del escote de su camisa, las blondas del sujetador. También esta otra prenda es de color negro. 

-"¿Qué estás leyendo?", me pregunta ella en referencia al libro de Murakami que he tenido que cerrar apresuradamente para poder hacer uso del mechero. 

-"A Murakami". Le contesto. "Al sur de la frontera, al oeste del sol", confirmo a renglón seguido golpeando a propósito sobre la portada de la novela con las yemas de los dedos de mi mano izquierda. 

-"¿Y está bien?" me plantea ella ahora. 

-"Sí, está bastante bien, es ameno. Pero Murakami resulta un poco frustrante. Te va atrapando página a página con una serie de enigmas, bastante bien traídos, cuya solución no llega a desvelarse luego". 

-"O sea, ¿qué el libro acaba sin que tú llegues a enterarte de un montón de cosas interesantes?". 

-"Justo. Eso es lo que hace Murakami. Te habla de un montón de cosas interesantes que no llega a aclarar después". 

-"Sí; eso es algo que en el cine pasa con relativa frecuencia. Películas buenas con un final que no está a la altura". 

-"Los finales son siempre difíciles de resolver". 

-"¿Lo estás diciendo por el rollo de la pareja y todo eso, me imagino...?". 

-"No, no. Me estaba refiriendo a rematar bien una historia de ficción. En estos casos como la responsabilidad de lo que suceda va a depender sólo de ti, nada más que de tu santa voluntad, no vas a poder contar con nadie al que echarle las culpas si, al final, algo no funciona como debería. A mi juicio es sumamente difícil dar con un final redondo que consiga que todo ajuste en el sitio correspondiente. Ya lo ves, casi todos los escritores terminan haciendo uso de los desenlaces abiertos" asevero ante la mujer, firmemente convencido la veracidad de mis palabras. 

-"Y eso.. no está bien.. según opinas tú..." deduce ella. 

-"Es algo -digamos- parecido a hacer trampas". Vuelvo a mostrarme crítico con ocasión de juzgar a los novelistas que resultan incapaces ponerles fin a sus fábulas sin haber dejado antes, por el camino, una buena ristra de cabos sueltos. 

-"No sé ..." añade la mujer "... creo que en la realidad nunca hay nada que concluya del todo. Bueeeno… gracias, adiós... ". 

-"Las novelas no tienen por qué reflejar la realidad" opongo la oportuna justificación a su reproche. 

Ella le da una calada al pitillo antes de girarse. Yo vuelvo a abrir el libro. Unos débiles rayos de sol pugnan por colarse en el local abriéndose paso entre las botellas de ron y los letreros de plástico… alentando a su consumo… presentes en el escaparate de la fachada. La "happy hour" da comienzo a las siete y media y termina a las ocho y media. 

Apuro la cerveza y el capítulo. 

Al marcharme, veo a la mujer de negro sentada junto a una mesa al lado de la puerta. Permanece con las gafas de sol puestas. La miro a la cara y esbozo una sonrisa. Inopinadamente, a mi juicio, ella hace un movimiento con una de las manos, con la otra mantiene sujeta la taza de café, como si desease despedirse de mí. 

¿Y si en realidad no fuese ciega? me pregunto. Y no puedo dejar de sentir una sensación de alivio expandirse dentro de mi pecho.

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